El fenómeno de los influyentes parece haber llegado para quedarse. Las redes sociales abren la puerta a que todos podamos hacer públicas nuestras opiniones, nuestros puntos de vista y, por descontado, nuestros prejuicios. La libertad de expresión es siempre bienvenida. Precisamente la libertad de expresión y la facilidad para que esta expresión sea pública y esté a disposición de todos comporta una responsabilidad extraordinaria: no solo la responsabilidad de los que se expresan libremente, sino, y muy especialmente, la responsabilidad de los receptores de esas expresiones para analizar con capacidad de análisis y conciencia crítica. Comparto esta reflexión al hilo de las opiniones expresadas recientemente en las redes sociales acerca de la forma de hablar de los dominicanos. ¿Hablamos mal los dominicanos? Por encima de consideraciones personales, no hay variedades regionales del español mejores o peores. Hay buenos hablantes, y otros menos buenos, con independencia de su nacionalidad, su clase social o su nivel económico. Hay dominicanos que hablan muy bien; hay otros que no. Lo mismo sucede en Cuba, Colombia, España, Chile o en cualquiera de los países de habla hispana. El tiempo es demasiado valioso para perderlo analizando la forma de expresión de cualquiera de los innumerables inflyuentes que pululan, con más sentido o sin él, por las redes sociales, pero es posible que, si lo hiciéramos, algunos que opinan de forma despectiva sobre la forma de hablar de los demás no salieran muy bien parados. Aquello clásico de la paja y la viga… A lo que sí debemos dedicar atención todos los hispanohablantes, no solo los dominicanos, es a la defensa de nuestro derecho a que nos enseñen el uso correcto y prestigioso de nuestra lengua.