Cuando el primer lagarto asomó por la ventana supe que el día no iba a ser bueno. Hay días y hay días. Algunos deberían de desaparecer instantáneamente pero no es ley de vida. Hay días donde toda la tristeza del mundo asoma por la ventana, cuando los rinocerontes y algunos cocodrilos quieren bailar en tu habitación, cuando el solo sonreír es un esfuerzo titánico, cuando decir buenos días es una batalla donde tienes todas las posibilidades de salir derrotado y cuando acabado de levantar te quieres volver a acostar porque los nubarrones de la melancolía invaden no solo tu pensamiento sino también tu alma y corazón.
Hay días y qué días, donde vivir es una pregunta marcada por el sino del dolor y la tragedia, donde la palabra esperanza se desliza misteriosamente hacia un horizonte que no existe y se pierde indefinidamente.
Días en que el solo pensar duele, donde no encuentras el aire puro para respirar, donde el color negro tiñe todos tus paisajes y donde prefieres dormir a mantenerte despierto sin posibilidades de vencer el miedo a existir.
Esos días requieren que sea valiente, que me sacuda, que exorcice todos mis demonios y que ensaye la alegría, más que ensayarla imponerla como un dictador que decide la vida de todos sus órganos vitales. Que enfrente al Dios que me cuesta tanto entender y le pida en su silencio una señal de luz.
Me levanto, sé que va a ser difícil, pero siempre he sabido que vivir es difícil, pero quizás este día más. Hago inventario de todos mis tesoros, la vida que tengo, los logros obtenidos, la familia que me sostiene, los amigos que tanto valoro, el poder de reinventarme cada mañana y cual conejo me dejo llevar detrás de su comida imaginaria y comenzar a correr por el campo.
Una araña cacatúa amenaza con atentar contra mi esfuerzo, la espanto, un gorila brinca sobre mi hombro y me hace el caminar más pesado, lo miro con tanta furia que no le queda otra que esfumarse de inmediato, me duelen el corazón y el alma, me duele el tiempo que vivo, me duele la vida que se desparrama, que se diluye.
Miro el reloj imaginario y sé que hoy me va a costar mucho más el enfrentar al mundo, mido mis fuerzas de nuevo, yo soy mi propio enemigo, lo llevo dentro, respiro profundo como si fuera mi último aliento, me dejo fluir y camino lentamente, ensayo mi primera sonrisa que apenas se refleja en el espejo, luego me digo unas palabras de aliento, me prometo mentiras disfrazadas de verdades, me pongo mi sombrero de hombre feliz a ver si se produce el milagro, mi camisa y pantalón de luces, mis chancletas de libertad.
No tengo miedo me repito, es solo un día más, una hora más, un minuto más, y comienzo a caminar hacia mi rutina imaginándome el hombre más feliz, más completo y los engaño a todos y lo soy.
Mañana será otro día.