Tengo una barba perfumada, es más, el perfume es parte de mi diario vivir. Bien lo decía mi abuela Marina, “vieja y arrugada, pero apestosa jamás.”
Desde niño vivía con mi abuelita Marina, centro de mi vida. Abuelita era una mujer de una higiene obsesiva. Sus talcos, sus colonias, sus cepillos impecables, su ropa siempre planchada y su casa toda recogida, limpia y ordenada.
Se puede ser pobre, cosa que nunca fue, pero la limpieza es y debe ser obligación de cualquier hogar. No quisiera que si me pasara algo en la noche los vecinos encuentren una pocilga en mi casa como tampoco me encuentren a mí con una pijama desvencijada.
A la hora de acostarse sus batas sencillas, pero impecables.
Lo que se ve y se vive se asimila aunque no queramos. Las mejores lecciones se aprenden con los ejemplos. Abuelita me dejó esa herencia. Hoy el viejo soy yo, al fin he entrado en la década de los ochenta y puede faltar de todo en mi botiquín, pero un buen perfume es esencial.
Cada vez que me baño, no importa la hora que sea, un toquecito de olor homenaje a mi abuela. Mi esposa que es alérgica a los olores fuertes ha tenido que soportar ese comportamiento de esencias.
Tengo varios perfumes que se ajustan a los estados de ánimo, generalmente prefiero los muy suaves, jamás los olores fuertes ofensivos que perturban el entorno.
Con los años he ido variando desde un Old Spice en mi adolescencia, el olor de casi todos los jóvenes en los bailes, me lo regalaban pues imposible comprarlo, hasta un Vetive que, según la publicidad, ayudaba a las conquistas.
El Imperial de Guerlain exquisito, olor de hombres maduros al que aspiraba pero demasiado costoso para un joven que ya tenía que comprar pañales y leche en polvo en su nueva etapa de papá.
Además soy un profesional de los abrazos, hace tiempo descubrí que un abrazo es sanador y mucho más cuando lo das poniendo el corazón y todas tus mejores energías, como es mi caso. El toque mágico lo da el perfume cuando abrazas, una barba ligeramente olorosa es reconfortante e invita a intensificar el abrazo.
Te puede interesar
Juventud, divino tesoro
Con los años encuentro más huellas de lo heredado por la abuela en mí que lo que quisiera reconocer, ella coleccionaba jabones de olor, así los llamaba, y los mismos eran colocados en el baño de visitas, excepcionalmente en el baño de uso diario.
Cuando encuentro un jabón de los que me gusta no puedo resistirme y comprarlo; y cuando visito una casa es obligatorio lavarme las manos con el jabón que encuentre, son las manías de algunos viejos que tantas veces criticaba y hasta me burlaba.
Hoy, envuelto en recuerdos, no dejo de agradecer las lecciones aprendidas. Viejo y oloroso, quizás mis abrazos sean más cotizados y pueda seguir sembrando esperanza por el camino que me queda por recorrer en este paisaje de humanidad que se desvanece en mi horizonte.