Alzhéimer y demencia. Ambos términos se emplean a menudo de manera indistinta, sin embargo, no son lo mismo. Aunque tanto el alzhéimer como la demencia están asociados al deterioro de las funciones mentales, el primero es una enfermedad, mientras que el segundo engloba un grupo de enfermedades.
Así lo explica la doctora Xiomary Mercedes, médico psiquiatra, quien define la demencia como un síndrome que incluye la pérdida de funciones cognitivas con compromiso de la funcionalidad, es decir, pérdida de las actividades de la vida diaria para el funcionamiento laboral, social y familiar, sin mencionar los síntomas psicológicos y conductuales, que en algunos casos pueden ser las primeras manifestaciones.
Dentro de esos síntomas dice que se encuentran la apatía, la desinhibición o la depresión, que luego puede empeorar y manifestarse con agitación, agresividad, ansiedad, alucinaciones visuales, ideas paranoides, entre otros.
De acuerdo con la profesional, existen varias formas de clasificar las demencias, “por ejemplo: según la edad de inicio, las estructuras afectadas a nivel del cerebro, la implicación de la genética, su causa y según la frecuencia de aparición”, dice. Sin embargo, las demencias que tienen mayor relevancia son la enfermedad de Alzheimer, la demencia vascular, la demencia en la enfermedad de Pick y la demencia en la enfermedad de Parkinson.
En concreto, aclara que la demencia es un término que comprende un grupo de patologías dentro del que se encuentra el alzhéimer. Según explica, el alzhéimer es un mal degenerativo cerebral primario, de etiología desconocida que presenta características tanto neurológicas como psiquiátricas relevantes. Esta condición afecta entre el 60 y el 80 % de las personas mayores de 65 años con demencia.
En la mayoría de los casos, las personas con referida enfermedad presentan un síndrome amnésico anterógrado, es decir, incapacidad de recordar sucesos ocurridos antes de la lesión cerebral y estas personas conservan mejor los recuerdos de la infancia.
Conoce los factores de riesgo
Como la enfermedad de Alzheimer es un tipo de demencia, los factores de riesgo coinciden. Estos se dividen en no modificables y modificables. En el primer grupo se encuentra la edad, ya que el riesgo aumenta a medida que se envejece, especialmente después de los 65 años (aunque estudios recientes demuestran aparición de demencia en personas jóvenes), así como los antecedentes familiares, lo que quiere decir que, si una persona tiene un familiar con demencia, tiene mayor probabilidad de presentar la afección.
En el caso de los factores no modificables cita el sedentarismo, la dieta poco balanceada, la ingesta excesiva de alcohol y tabaco, además de enfermedades cardiovasculares y diabetes, depresión y alteraciones del sueño.
Si bien es cierto que la edad es un factor de riesgo, la profesional de la salud explica que muchos de los cambios que se presentan a medida que la persona se hace mayor, y que pueden llegar a confundirse con algún tipo de demencia, son propios del envejecimiento.
“El envejecimiento normal presenta una serie de cambios neuroanatómicos y fisiológicos en donde podemos encontrar que la atención y la velocidad de procesamiento del pensamiento están enlentecidas, aparece un deterioro de la memoria de trabajo o problemas relacionados con la fluencia verbal, la comprensión de estructuras gramaticales complejas y con la descripción de objetos”, cita.
En esos casos, dice que es necesario someter a la persona a una evaluación con el fin de descartar o confirmar que se trate de procesos neurodegenerativos o signos asociados a enfermedades sistémicas.
¿Cómo se trata?
Regularmente el manejo es multidisciplinario; requiere la intervención en conjunto de especialidades de la salud como neurología, cardiología, medicina interna, psiquiatría y psicología.
De forma general, a un paciente bajo el diagnóstico de demencia se le indican fármacos que ayudan con el aumento de algunas sustancias cerebrales que tienen que ver con la memoria, razonamiento y aprendizaje.
“Como se trata de manera simultánea con varios profesionales de la salud, cada uno descarta si hay alguna patología de base o subyacente e indica fármacos o medicamentos en ese sentido», expresa.
Aparte del tratamiento farmacológico, se recomienda incluir cambios en el estilo de vida, como modificar la dieta y eliminar hábitos pocos saludables, adecuar el entorno para prevenir caídas y que puedan hacerse daño o a los demás, así como tener rutinas que ayuden a la persona con demencia a simplificar las tareas diarias.
Aunque Mercedes aclara que no hay medidas específicas que garanticen que una persona no desarrolle algún tipo de demencia a lo largo de su vida, existen algunas pautas generales que ayudan a reducir las probabilidades de ser víctimas de ella:
Llevar una dieta saludable rica en frutas y vegetales. Realizar alguna actividad física. Además de que ayuda a tener una mejor condición física (aun iniciándola en la vejez), mejora el estrés y, por tanto, la función cerebral. Involucrarse en actividades familiares y sociales. Efectuar algún pasatiempo como escuchar música, leer, juegos de mesa o que ayuden a mantener el cerebro activo.