«Nos ha costado llegar a este momento», dice Amanda Jara, la única hija del cantautor chileno Víctor Jara, asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet, en el año en que se cumplen cinco décadas del crimen y que la justicia condenó a siete militares en retiro.
Un último acusado por la muerte de Jara, el oficial retirado del Ejército chileno Pedro Barrientos, será deportado desde Estados Unidos y llegará a Chile el viernes para enfrentar el juicio.
«Ha sido un camino larguísimo, pero no nos ha condicionado la vida. Buena hora que está llegando, que termine el juicio«, comenta Amanda, de 59 años, en una entrevista con la AFP. Barrientos, acusado de ser uno de los autores materiales del crimen, «es el que falta», agrega.
Pero este último hito no lo podrá vivir junto a su madre, la bailarina de origen británico Joan Turner, quien murió el 12 de noviembre, a los 96 años, pocas semanas después de que se cumplieran 50 años del asesinato de su esposo, en septiembre de 1973.
Autor de temas como «El derecho de vivir en paz» o «Te recuerdo Amanda», Víctor Jara es considerado un símbolo de la llamada Nueva Canción Chilena, un movimiento musical y social que nació en los años 60.
Su asesinato fue uno de los más alevosos cometidos por la dictadura (1973-1990), que dejó como saldo 3.200 víctimas, entre muertos y desaparecidos.
El músico fue torturado y asesinado de 44 balazos tras ser detenido en la Universidad Técnica del Estado, donde ejercía como profesor. Tenía 40 años. «Se le aplicaron torturas físicas, siendo los golpes más severos aquellos que recibió en la región de su rostro y en sus manos», según la investigación judicial.
Amanda recibe a la AFP en una oficina del estadio de Santiago que durante la dictadura se utilizó como centro de tortura y donde fue asesinado su padre, rebautizado en 2003 como Estadio Víctor Jara.
P: ¿Cómo enfrenta la muerte de su madre en un año tan especial?
R: Estoy tranquila. Los nietos creo que están tranquilos. Suspiramos por los rincones, se nos caen lagrimones, nos acordamos de cosas para reírnos. Pero mi mamá estaba lista ya. Quería irse, estaba agotada. ¡96 años! Y la despedida fue hermosa. Llena de alegría y de amor. Fue como un carnaval popular.
P: ¿Cree que el asesinato de su padre actuó como un amplificador de su obra en el mundo?
R: Ese hecho refuerza la tragedia, pero también refuerza la obra. Porque magnifica la humanidad y lo inhumano que fue su muerte. (…) Pero fue la obra y la humanidad de mi papá la que se instaló. Y no la tragedia. Eso es justicia también. Mi madre lo dijo en 2009: «No ha habido justicia oficial, pero Víctor tiene la justicia de su pueblo».
Amanda Jara recuerda que en 2019, durante las protestas sociales que estallaron ese año en Chile, «El derecho de vivir en paz» se transformó en un himno de quienes se manifestaban en las calles. «Estaba siendo interpretado, cantado, por todos lados. Con mi mamá (dijimos): ‘El papi está acá'», cuenta con emoción.
P: ¿Este estadio, donde su padre fue asesinado, es sinónimo de dolor y muerte?
R: Me resisto a que esto sea un lugar de dolor y tortura. Este lugar se tiene que llenar con niños, con niñas, con jóvenes, haciendo talleres de música, de danza, de baile. (…) Ese es el legado de mi papá y de mi mamá. El arte como herramienta de transformación, (…) como una herramienta de liberación. Este lugar, que fue oscuro, donde se evidenció la miseria humana, queremos llenarlo de vida.
P: ¿Qué es lo que se viene para la Fundación Víctor Jara que usted preside, luego de décadas de trabajo de su madre?
R: Hay muchísimo que hacer en un país que está pasando por momentos complejos y con el negacionismo brotando por los rincones más insospechados. (…) Nosotros tenemos un sentido de pertenencia y no soltamos nuestra memoria histórica. (…) La tarea es grande. No solo nos la dejó nuestro padre, sino que nuestra madre también. Aquí estamos y seguiremos.